De las “edades” que vivimos los seres humanos, quizás la más compleja y difícil de manejar es la tristemente célebre “edad del pavo”. Difícil para los jóvenes que se enfrentan a una retahíla de cambios físicos y hormonales que se suceden casi sin pausa y dejando poco espacio a la preparación. Difícil también para los padres que tienen que lidiar con lograr un balance entre autoridad y comprensión navegando junto a los hijos en aguas muy turbulentas.
Una de las principales características de la adolescencia y los años previos a ella es que los hijos empiezan a reclamar su privacidad, a buscar su propio espacio donde puedan ser ellos mismos sin intervención de otras personas que no sean sus “iguales autorizados”. Y como padres, debemos comprender y estimular que nuestros hijos conquisten ese lugar, guiándolos a hacer el uso más adecuado del mismo.
La comunicación padres-hijos, que era incuestionada, abierta, directa y absoluta en los primeros años de la vida, sufre un cambio radical con la llegada del desarrollo físico. Empiezan a haber cosas que “no te puedo decir, papi” y “eso es un secreto, mami”. Y comienza la más ardua labor detectivesca de la paternidad. Siempre he sido un creyente de la supervisión no invasiva, aquella que cuida y vigila sin llegar a la obsesión y el control tiránico. Sé que muchos encontrarán utópico el término, pero creo que es cuestión de hacer balances, ajustar las cosas a medida que avanza el proceso, y que ellos estén en plena posesión de sus facultades para responsabilizarse de sus actos.
La sociedad actual presenta una terrible paradoja que afecta a todos los actores en ella, incluyendo a padres e hijos. Somos los seres humanos más comunicados de la historia, pero a la vez estamos inmersos en gruesas burbujas de incomunicación. Y me apena tremendamente cuando veo padres e hijos alejados a miles de kilómetros sentados uno junto al otro, cada quien con su juguetito. El padre en su laptop o Blackberry, el hijo en su mundo de videojuegos con el Nintento DS o el PSP. Ambos activos y diligentes en matar monstruos y ejecutivos, sin cruzar palabra.
¿Es la tecnología una barrera para la comunicación?
Cualquier ser humano conectado hoy día tiene a su disposición más información que lo que tuvo la humanidad completa desde el inicio de los tiempos. De la misma manera, la diversidad cultural ha florecido gracias a que es posible sumergirse en cualquier cultura con poco esfuerzo. Y además, tenemos muchísima más oportunidad para mantener el contacto con todo nuestro círculo de amigos, familiares y conocidos. Hoy día ya se utilizan más las redes sociales y los programas de mensajería instantánea más que el correo electrónico para mantener contacto con los allegados.
Sin dudas, hoy tenemos mucho más herramientas para comunicarnos y las estamos utilizando de forma intensiva. Sin embargo, la pregunta que subyace es ¿somos realmente más sociables?
Según un estudio de la firma Nielsen que evaluó más de 60mil suscriptores de teléfonos móviles en Norteamérica, el adolescente promedio envía más de 3300 mensajes de texto mensualmente y realiza menos llamadas de voz que el resto de la población. Para una parte de la población, el teléfono ya no es un aparato para hablar, sino para escribir y leer, y esto está reformulando el concepto de “conversación” que teníamos hace 20 años. El mismo estudio apunta que la tendencia en la juventud es que utilizarán cada día más las aplicaciones que vienen en los smartphones para canalizar sus inquietudes sociales y de entretenimiento.
Además, las redes sociales, en especial Facebook y Twitter, continúan creciendo y tomando protagonismo en nuestras vidas. Sin dudas, las redes sociales nos ayudan a mantener contacto con un gran número de personas y nos permiten conocer nuevos amigos de manera más eficiente que antes ya que facilita el encontrar personas con gustos similares a los nuestros. Sin embargo, el concepto de “amistad” está sufriendo una atroz devaluación al quedar reducido a pulsar un botón para “Confirmar” que este individuo al que ni siquiera he visto en persona es mi amigo.
Creo que es muy cuesta arriba fomentar una amistad profunda y duradera con alguien a quien no se ha tratado en persona, que no ha habido oportunidades de crear confianza de primera mano.
¿Más sociables? Probablemente sólo estamos siendo más ligeros. Y lo peor es que nuestros hijos también están siéndolo. Por eso, debemos tener mucho cuidado en cómo ellos utilizan estas herramientas tecnológicas.
Los Blackberry y las redes sociales como propulsores del hermetismo
Como decía al inicio, en la adolescencia se empieza a forjar el concepto de privacidad personal en nuestros hijos, y es de vital importancia que sepamos darles su espacio propio. Cuando nuestros pequeños tienen en sus manos el poder de tener una cuenta en Facebook, Twitter o un smartphone, tenemos que prepararnos para afrontar el cambio en la comunicación.
Necesitamos dejar de ver a las redes sociales y a los teléfonos inteligentes como “problemas”, y empezar a aprovecharlos para mejorar la relación con nuestros hijos. Hoy se trata de Facebook y el Blackberry pero mañana surgirán nuevas tecnologías. No ganamos nada enfocando las herramientas y sus malos usos, cuando lo que tenemos que fomentar es el hábito y el carácter para utilizarlas correctamente.
Nuestros hijos se encerrarán en el Blackberry y en sus cuentas de Facebook y Twitter simplemente porque no les estamos dando espacios propios y respetados, y no están sintiéndose a gusto en los entornos sociales que les hemos creado. El hermetismo no lo da una herramienta sino el ambiente que tienen a su alrededor. Si nuestros hijos encuentran beneficios y ventajas en conversar con nosotros, no necesitarán estar continuamente buscando conversaciones en otros lugares, virtuales o no.
¿Cómo aprovechar estas tecnologías para mejorar la comunicación con nuestros hijos?
A continuación me permito ofrecer algunos consejos personales para aliarnos a la tecnología y obtener beneficios en la comunicación con nuestros hijos.
- Infórmese. Lea sobre redes sociales, entérese de qué está de moda, cuáles son los lugares virtuales donde la juventud comparte e interactúa. También procure saber qué ventajas ofrecen los teléfonos inteligentes que los muchachos prefieren. Muchas redes sociales tienen “grupos de interés”, y los teléfonos celulares tienen su jerga particular que usted debe conocer.
- Involúcrese. Los teléfonos inteligentes y las redes sociales están muy lejos de desaparecer. Mientras más pronto usted venza el temor a insertarse en “la moda” del Blackberry, el Facebook y el Twitter, mejor preparado estará para manejar los incidentes que enfrentarán sus hijos en esos ámbitos. Si su hijo tiene una cuenta en Facebook o un Blackberry y usted no, usted está en franca desventaja.
- Conozca el ambiente. Si usted debe ser amigo de sus hijos, ¿no debería ser amigo de los amigos de sus hijos? Salúdelos por nombre, sepa dónde viven y quiénes son sus padres para que así pueda comprender los diálogos que surgirán en el mundo online. Mi amiga Natacha Guzmán lo expresa mejor “yo tengo que estar donde están mis hijas, y si eso implica que tengo que ser amiga de sus compañeros del colegio y sus amigos en Facebook, pues lo hago”. Obviamente, estoy dando por sentado que como padre y madre preocupados por sus hijos, ya conocen el ambiente “offline”.
- Eduque. Preocúpese de hacerle saber a sus hijos las más elementales pautas de protección de su identidad y respeto de su provacidad. Si es necesario, comparta noticias de crímenes perpetrados contra adolescentes por no cuidar sus perfiles en las redes sociales, pero si hace esto, recuerde que el objetivo es educar, no asustar.
- Supervise pero no invada. No hay nada que mortifique más a un padre que leer un mensaje de uno de sus hijos expresando una opinión sobre un tema que piensa que es “más adulto” de lo que debiera opinar. La realidad es que nuestros hijos son parte de un ecosistema social donde se transmite mucha información, donde se comparten muchas experiencias, y donde existe la ineludible presión de grupo. Ninguno de estos factores los podremos controlar totalmente. Dejar que los hijos hagan lo que quieran sin nuestra vigilancia, es un acto de irresponsabilidad paternal; pero a la vez es una peligrosa invasión a la privacidad de nuestros hijos estar revisándoles el celular, su correo o sus cuentas de Facebook con fines meramente punitivos. Debe existir un balance muy responsable que nos permita saber todo lo que pasa sin que provoquemos un “efecto almeja” que los encierre en un mundo al que nos costará muchísimo volver a tener acceso.
- Respete los espacios propios. Nuestros hijos tendrán gustos distintos a los nuestros y querrán vivir experiencias por sí solos. Siempre que estemos seguros de que no están arriesgando sus vidas, afectando su salud o haciendo cosas de las que no conocen las consecuencias, hemos de recordar que nuestros hijos no son clones nuestros, que es bueno que cometan sus propios errores y alcancen sus propias enseñanzas.
- Converse. Debería ser algo que fluyera naturalmente, pero en ocasiones será necesario provocarlo, máxime si hemos criado a los hijos con poco diálogo. Interésese por las actividades de sus hijos en “la vida offline” y no tendrá tantas dificultades para entender su “vida online”. Además, de acuerdo a sus posibilidades, esfuércese en llevar la conversación también al ámbito online. Chatee con sus hijos, envíeles mensajes por el Blackberry Messenger, etiquete sus fotos en Facebook y comente en sus notas y las de sus amigos.
- Confíe. Quizás la más valiosa de las actitudes que como padres debemos fortalecer en nuestros hijos es la confianza. Pero recuerde que usted no puede confiar sin una sólida base de crianza. Antes de confiar, usted debe haber forjado el carácter de sus hijos de manera tal que sepa que ellos sabrán afrontar las disyuntivas de la vida de una manera coherente y responsable. La confianza es la más importante de las herencias que le debemos dejar a nuestros hijos.
¿Le debo dar un Blackberry a mi hijo? ¿Qué tal abrirle una cuenta en Facebook o Twitter?
No se puede responder estas preguntas de manera categórica, pues no hay respuestas correctas para ellas. En el caso de las redes sociales, muchas de éstas exigen que sus miembros tengan 13 años de edad como mínimo, pero sé de decenas de padres que no respetan esto, lo cual en mi opinión es la primera de las incongruencias. No apoyo que los padres hagan que sus hijos ingresen a una red social mintiendo sobre su edad, pero si usted lo hará, asegúrese de estar muy al tanto de lo que ocurra ahí.
Con el Blackberry es un poco distinto, ya que no hay restricción de edad para que una persona lo utilice (y, seamos francos, muchos niños de 10 años lo usan mejor que sus padres). Además, los Blackberrys tienen muchas utilidades para que los padres podamos mantener contacto. El problema está en que muchos colegios no admiten que sus estudiantes más jóvenes tengan celulares durante clases. Otro inconveniente está en que pueden convertirse en serios distractores de su aprendizaje.
¿A qué edad, entonces, darles un aparato de estos? Me gusta el enfoque de que quien quiere algo, debe pagar por ello. Puede ser una buena idea que se establezca una “moneda familiar” basada en desempeño escolar o en comportamiento, la cual permita que nuestros hijos “paguen” el derecho a utilizar estos aparatos.
Entiendo que cada caso es particular, por lo que “la edad ideal” se fijará en cada caso de forma única. Lo que es importante es que estemos seguros de que nuestros hijos están en capacidad de asumir el uso del smartphone, o de que conocen los riesgos que tienen las redes sociales.
Hay que comprender que la comunicación no depende de la tecnología, sino de nosotros mismos. No se trata de “cambiar” la manera de comunicarnos porque ahora tenemos un Blackberry o una cuenta en Facebook, sino que hemos de asegurar que el flujo de comunicación se mantenga sin que importe el medio o la herramienta que utilicemos para llevar a cabo la saludable y necesaria comunicación.
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U.S. Teen Mobile Report: Calling Yesterday, Texting Today, Using Apps Tomorrow El estudio de Nielsen que cité anteriormente.
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