En nuestro país se penaliza la experiencia. Se le pasa factura al bagaje laboral que vamos acumulando en nuestro tránsito por las nóminas. La edad maldita no son los 13 años como nos hacían temer cuando niños por aquello del número del fukú. No, la edad maldita son los 35 años, la edad en la que ya no sirves, en la que sales muy caro, en la que no tienes energía para mantener el paso con la horda de carajitos que trabajan para esa empresa.
Por supuesto, no todos estamos pasándola igual de mal. Hace poco analizaba que yo me gradué de informática en 1993, hace ya dieciséis años. Cualquiera pensaría que nomás por eso mis ideas y opiniones deberían ser consideradas como “expertas” pues tengo muchos años en esto, viendo cómo avanza el mundo digital. Sin embargo, luego de enviar mi CV por vez sesenta (tengo una hoja en Excel con el detalle de todas las ofertas que he atendido, y voy por 83), empecé a sospechar que los empleadores en realidad me ven ¡con 16 años de obsolescencia! Si yo hubiera estudiado medicina o derecho, entonces mis 16 años sí serían de experiencia, de ejercicio de la profesión, y quizás en ese sentido me habría ido menos mal.
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