En mi terriblemente pésima memoria reside el nebuloso recuerdo de una película que vi en mi niñez. Era una película distópica de la que apenas recordaba trazos, pero era sobre una especie de tribu o secta en la cual todas las personas debían morir al cumplir 33 años, porque nadie podía vivir más que lo que vivió Jesucristo. Mi amigo Melvyn Pérez me comenta que era “Logan’s Run“.

Pensando en esa película, me dio la impresión de que en nuestro país ocurre algo muy parecido con la situación laboral. Yo tengo ya siete meses sin empleo formal, haciendo “picoteos” por acá y por allá, y a la vez buscando todos los días un trabajo en los periódicos, en los portales de ofertas laborales y en conversaciones con amigos a los que les tengo suficiente confianza como para explicarles mi condición.

¿Cuál es el problema? Pues lo que sucede en nuestro pintoresco país es que inmediatamente luego de los 35 años las oportunidades laborales desaparecen por arte de magia. ¡Haga la prueba! Tome cualquier periódico y dedíquese a escudriñar la sección de empleos y podrá constatar que todos (casi sin excepción) los puestos laborales de nivel medio hacia arriba exigen que los candidatos tengan menos de 35 años de edad.

No sé quién fue el genio que le puso fecha de vencimiento al talento y a la utilidad laboral, de manera que el trabajo que hace una persona de 30 años no lo puede hacer alguien que tenga 38. Alguien me argumentó (y me resisto a creerlo) que esa edad tope “define” las responsabilidades de las personas. En otras palabras, que la mayoría de las personas de 35 o más años tienen demasiadas responsabilidades familiares (hijos, hogar, bienes muebles e inmuebles), en contraposición con los menores de esa edad, que tienen mayor incidencia de individuos solteros, sin hijos, sin hogar propio.

Según esa línea de pensamiento, una persona de 35 años o más se considera una contratación “de alto riesgo” porque tiene demasiadas “distracciones” que le van a impedir entregarse en cuerpo y alma a un trabajo.

Alguien más, que labora en reclutamiento de personal en una empresa telefónica, me explicó que las personas de más de 35 años tienen una “polaridad” costosa. Casi todos tienen más de 15 años de experiencia laboral, y exigen salarios más altos a cambio del mismo trabajo que un jovencito hará por la mitad del precio. Y por otro lado, las personas de más de 35 años pueden haber acumulado ya demasiadas “mañas”, ser más difíciles de moldear, de adaptarse o de encajar en modelos de trabajo específicos.

El punto es que si no eres empresario o inversionista, y no tienes un buen empleo seguro y firme antes de los 35 años, estás fregado. Conseguir cualquier trabajo teniendo más edad de la “fecha de vencimiento” te conduce a un callejón sin salida: De un lado, aparecerán muy pocos puestos de trabajo adecuados. De otro lado, los que aparezcan van a ofrecer beneficios muy inferiores a lo que merece tu experiencia.

Sí, así es. En nuestro país parece que se penaliza la experiencia. Se le pasa factura al bagaje laboral que vamos acumulando en nuestro tránsito por las nóminas. La edad maldita no son los 13 años como nos hacían temer cuando niños por aquello del número del fukú. No, la edad maldita son los 35 años, la edad en la que ya no sirves, en la que sales muy caro, en la que no tienes energía para mantener el paso con la horda de carajitos que trabajan para esa empresa.

Por supuesto, no todos estamos pasándola igual de mal. Hace poco analizaba que yo me gradué de Ingeniero en Sistemas de Computación en 1993, hace ya dieciséis años. Cualquiera pensaría que nomás por eso mis ideas y opiniones deberían ser consideradas como “expertas” pues tengo muchos años en esto, viendo cómo avanza la tecnología. Sin embargo, luego de enviar mi CV por vez sesenta (llevo un registro pormenorizado de todas las ofertas que he atendido, y voy por 83), empecé a sospechar que los empleadores en realidad me ven ¡con 16 años de obsolescencia! Si yo hubiera estudiado medicina o derecho, entonces mis 16 años sí serían de experiencia, de ejercicio de la profesión, y quizás en ese sentido me habría ido menos mal.

El camino del “emprendimiento” es uno que conozco bastante bien. Es bonito recorrerlo porque se siente agradable saberse dueño de las variables que los empleados no controlan; pero a la vez, es un camino lleno de aridez y hostilidad, debido a la precariedad de los proyectos, y (cómo no mencionarlo) lo eficientes que resultan los esfuerzos del gobierno para que sea complicado trabajar al amparo de las leyes. No desmayo y me esfuerzo en echar adelante mis proyectos, pero tristemente todos ellos ameritan un refuerzo financiero que no poseo en estos momentos.

¿Por qué demonios las empresas se resisten a contratar personas de más de 35 años? ¿Por qué se nos niega el derecho a ser productivos en cosas para las que estamos plenamente capacitados? ¿Por qué nadie cree ya en nosotros, los “ancianos del 35+”?

Los tiempos de crisis son interesantes, porque estimulan la creatividad, pero también acentúan las injusticias y las desigualdades. Por eso, sinceramente, estoy jarto de enviar CV’s a empresas que ni siquiera tienen la cortesía de acusar recibo, cuando menos para permitirme soñar que se dieron cuenta de que existo.

Al final, parece que sí me han suicidado como en Logan’s Run. Lo malo es que no me di cuenta, y permanezco queriendo estar vivo.

1 Comment Morir a los 35

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