Siempre he dicho que el único amor verdadero de los dominicanos, fuera de los afectos familiares, es el béisbol. Cambiamos de partido político, de religión, de trabajo, de carrera y hasta de pareja, pero morimos con la cachucha puesta y sobre el pecho, la bandera del equipo que amamos. Soy hijo de las hazañas de Diloné, y como yo, miles de dominicanos de todo el país llevan la camiseta aguilucha cosida del lado de adentro de la piel.
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