Desde el viernes en la noche Juan Luis Guerra llenó mis sentidos y mis sonrisas, pues sus melodías acompañaron hasta mis sueños toda la noche, al punto de dormir y despertar con su música, sin lograr jamás cansar mis neuronas que bailaban alegres. En sintonía o complicidad conmigo, varias estaciones radiales amanecieron también “juanluisiadas” y tenían su programación completa entregada al artista.
A ratitos un sol muy tímido asomaba sus rayos de luz para calentar algunas esperanzas de que el día no sería tan gris como el deseo de progreso de los dominicanos. Por momentos las nubes se reunían a jugar juegos de lágrimas frías y derramaban sobre nuestra tierra su carga de llanto, a veces ligero, a veces copioso. Este sábado 17, el día estaba confundido, indeciso entre si llover o escampar… Era, sin dudas, un día ambivalente. Pero era, en realidad, lo único en Santo Domingo que tenía dudas sobre lo que debía hacer.
Creo que en el fondo, el clima nublado fue parte de un plan maestro, una maravillosa conjura para hacer que las cosas fueran aún más meritorias. Meritorias para las más de 50mil almas para las que por esta vez la lluvia no fue húmeda molestia sino agua bendita que nos llenó de un intenso frío invernal, que los ritmos y acordes del inmenso artista iba haciendo olvidar. Y meritorias las cosas, sin dudas, para el protagonista de la noche, quien se dio un baño de pueblo para el que siempre ha estado dispuesto. Y final (y principalmente) claro está, meritorias para el Señor, como confesaría luego en sus propias palabras “merecedor de toda honra, el poder y la gloria sean a ti Dios Padre”.
Pavel Núñez inició el concierto a las 8.15 de la noche, con un Estadio Olímpico ya repleto, ya eufórico, ya ansioso de beber poesía a raudales. Pavel, sin dudas, fue la mejor manera de comenzar, pues logró empatía, inauguró aplausos y rompió el hielo de un mar de gente que coreó sus melodías. Betania, Paso a paso, Te di, y su magistral arreglo de Se murió Martín deleitaron a todos que ya aupan a Pavel como un artista consumado. Sin dudas, es un gran artista. Cerró a las 8.45 y hubo un largo “silencio” de 45 minutos, y lo pongo entre comillas porque fue una mujer, la DJ Mariela, la encargada de mantener discretamente animada a la audiencia con sus mezclas techno-jazzeadas. Al pasar media hora el Estadio ya sabía lo que venía y empezó a impacientarse y a corear “¡Juan Luis! ¡Juan Luis!” reclamando el licor de versos que sabíamos que nos emborracharía indefectiblemente.
Las pantallas gigantes probaban su funcionamiento, las luces practicaban sus intensas llamaradas, y acordes Mariela continuaban haciendo el compás de espera, que se interrumpió con un conteo regresivo de tres minutos que apareció poco antes de las 9:30 de la noche. Un conteo sencillo, números blancos sobre un fondo negro… Faltando dos minutos una avispa revoloteó cerca de los números que vertiginosamente se acercaban al inicio. El público respondió con alegría. Otra avispa pasó y nos miró picando un ojo. Luego llegaron más y más, mientras quedaba menos de un minuto, y sus zumbidos hacían coro con la euforia que empezaba a arroparnos. El estadio completo de pie mientras el enjambre de las Avispas ya no dejaba ver si faltaban 30… 20… 10… sólo segundos para el inicio.
La mayor de las Avispas cubrió la pantalla y dio paso varios helicópteros militares que traían consigo a un Soldado de Dios: Juan Luis Guerra iniciaba a las 9:33 el paroxismo de 50mil dichosos que fuimos cómplices de esa noche.
Juan Luis nos llevó al consulado de la poesía donde nos dio Visa para un sueño, un sueño que sin duda alguna Vale la pena soñar. Con un preámbulo en balada, fuimos A pedir su mano, la mano de la mujer que todo hombre Quisiera en versión acústica, y con la compañía de un Pavel Núñez que también resultó un triunfador.
¿Qué le llevamos a esa mujer? ¿Qué tal una Amapola? Sí, seguramente así ella verá Estrellitas y Duendes, pues en el fondo todo lo que queremos decir es que Viviré “cada segundo pegadito a ella”. Y como la amamos, al tenerla cerca el corazón se nos pone Frío frío, “como el agua de un río”. Pero amor que se bendice con estos versos es amor que se desprende de todo, y le daremos también una Coronita de flores “para que te acuerdes de mí” y que “llore la lluvia, se moje el recuerdo, y la brisa se llene de ti”.
Para mí, el clímax de una noche mágica llegó cuando Dios demostró que también estaba en primera fila del concierto, y cuando Juan Luis suplicó al cielo que Ojalá que llueva café en el campo y para maravilla y alegría, comenzó a mezclarse la lluvia de versos con la lluvia que mojaba nuestras almas sedientas de esperanzas. Y no es la primera vez que esa canción logra romper el vientre de lo alto y provocar una ducha “casual” y absolutamente providencial.
Pero a pesar de la lluvia, ¿quién se iría? Sólo aquéllos incapaces de ir Como abeja al panal, y escuchar la percusión de Chichí Peralta cuando nos recordaba las Razones por las cuales Ayer escribimos aquella Carta de Amor. Al terminar la participación de Chichí, fue tiempo de volver a bailar con Woman del callao, la misma que “tiene mucho down”, y fue una manera movida de recuperar el terreno para darle paso a Marcos Hernández que acompañara a Juan Luis para llevarnos a recordar que Mientras más lo pienso, tú.
Fue tiempo para que Juan Luis nos recordara que todo su arte lo dedicaba a Dios y cantó Para Ti como testimonio de su fe. Luego nos dice que El costo de la vida sube otra vez lo cual es cada día tan cierto como la primera vez. Sin embargo, aunque suba hasta ahogarnos, siempre habrá espacio para regalar una rosa que encontramos en el camino, y más si Diego Torres nos acompaña a cantar una Bachata Rosa seguida por un electrizante Color Esperanza que el argentino derramó a manos llenas sobre un océano de gritos maravillados por la sorpresa.
Estoy seguro de que Anabelle nunca olvidará la noche de anoche. No sólo porque ella ayer se casaba con Danilo, sino porque ella vio su tristeza convertirse en alegría. Resulta que algunos de sus invitados a la boda habían preferido ir al concierto, pero el novio, viendo su tristeza, logró hablar con Juan Luis y pedirle que le llamara en medio del concierto y le dedicara a ella una canción. Así que Anabelle escuchó por el celular, durante su ceremonia de bodas, cómo caían sobre su alma miles de Burbujas de Amor. ¡Sencillamente, una maravilla de detalle!
Y luego de dedicarle esa canción a una mujer que se casaba, Juan Luis le recordó a la mujer que se casó con él hace más de 20 años, que Cuando te beso se prenden todas las estrellas en la aurora. Volvió a cantarle a Jesús confesando que quiere Estar contigo, para luego recordar lo que le pasaba Si tú te vas.
Fue momento de Juan Luis tomara un breve descanso, lo que aprovechó Roger Zayas Bazán presentar a los integrantes de la orquesta con la melodía de La Gallera. Y como si hiciera falta más alegría y emociones, los músicos hicieron su propio show bailando y arrancando euforia con sus cadenciosos movimientos. Poco tiempo después Juan Luis regresó al escenario rodeado de Las Avispas para que “lo piquen y lo piquen y lo piquen en el dedo más chiquito pa que afinque”.
Y entonces, a todos en el estadio nos subió La Bilirrubina, algo que esperábamos llegar. Al final, se apagó el escenario y se hizo un largo silencio. ¿Se acabó el concierto? Empezaron los coros pidiendo “Otra, otra, otra” y yo por dentro sabía que no habíamos terminado.
¡Claro que no! Fue que a Juan Luis le dio una sirimba, pero esta vez fue un sábado en la noche, y tuvo que pasar El Niágara en bicicleta. La buena noticia es que por fin Rosalía se lo dijo pronto, y poco después entró El Prodigio haciéndonos La Cosquillita y cuando finalizaron los rápidos acordes, el cielo se iluminó de luces y colores, con un espectáculo de pirotecnia de más de 15 minutos de duración.
Así concluyó una noche llena de lluvia. Sí, la misma lluvia fría que amagó todo el día, al final cayo bendita sobre nosotros. Y también llovió café y esperanza, y llovió copiosamente satisfacción y plenitud de haber sido parte de una bendición artístico-divina un sábado de diciembre.
Juan Luis Guerra, un maravilloso ser humano. ¡Un orgullo de todos! ¡Bendito el Dios que sembró tal talento en ti!