Dejé de verlo tras una mudanza que me llevó al otro lado de la entonces no tan ancha capital. Con él se quedó Linda, la perra viralata que mi hermano y yo rescatamos de un basurero. Y aunque no tengo ni una sola foto de él, aún lo escucho reírse con un ronquido voraz, destellando los pocos dientes que le quedaban.
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