Cuando muere alguien conocido y querido como lo fue Adriano Miguel Tejada, leer los mensajes y las anécdotas que las personas comparten sobre sus recuerdos y experiencias es una forma de honrar la memoria del fallecido. En eso he pasado buena parte del día, sumido en una especie de sopor, un lento desánimo personal, pero a la vez contento leyendo tantas historias bonitas, tantas muestras de afecto.

En medio de la devastación de su partida, alegra ver cuántas vidas Adriano pudo tocar con su don de gente. No era familia mía, pero era un hombre chabacano y jovial. Nomás de conocerlo, sabías que su familia vivía de risa en risa y en estado positivo todo el tiempo alrededor del eje de su sonrisa.

A manera de homenaje, me animo a llover sobre mojado recordando un puñado de ocasiones en las que pude admirar al hombre que perdimos.

Lista Quisqueya

Conocí a don Adriano cuando aún no le decían “don Adriano” y sus canas eran muchas menos que al final. Era Director de Comunicación en Tricom, y el Internet era todavía una novedad que apenas un reducido grupo disfrutábamos. Don Adriano fue uno de los propulsores de la que creo que fue la primera lista de correo en el país: Lista Quisqueya.

No recuerdo cómo supe de “QQY”, pero me hice miembro y empecé a interactuar con un montón de desconocidos que hablaban sobre actualidad política, arte y espectáculos, deportes y otros temas. Pero sí, política principalmente.

En esa época no había fotos de perfil ni cámaras digitales, así que todo el tiempo yo solo veía correos e ideas compartidas. De entre todos los integrantes, las ideas de Adriano resaltaron porque siempre me parecieron de las más ecuánimes. Como en todo grupo que se respete, también hubo pleitos. Recuerdo un caso con una persona apellido Koch, y que estaba sintiéndose incómoda con no sé qué tema. Fue Adriano quien consiguió apaciguar las aguas, y desde ese momento le tuve mucho más respeto.

Se inventaron una juntadera (como también corresponde a todo grupo que se respete). El lugar elegido fue el colmado Dumé Troncoso de la Defilló con Rómulo. Yo, con mis 30 años de palomería, fui a ese encuentro esperando ver un grupo de muchachones como yo. Cuando vi todos estos “señores mayores” (alrededor de los 50 años), me sentí fuera de lugar. Apenas me presenté y Adriano me hizo coro. “Ah sí, WesternDrake, y dónde tú trabajas?” me preguntó. “En el Banco BHD” dije. “Ohhh, qué bien, dámele mis saludos a Luis [Molina Achécar]” respondió de inmediato. “Oh sí, claro” mentí pues no iba a atrever a contarle a Don Luis (a ese sí le decíamos “don”) que andaba bajando frías con un alto ejecutivo de Tricom (ya dije que yo era un palomo).

Arroba de Oro

Diario Libre patrocinó en 2006 “Arroba de Oro”, un certamen para premiar los mejores websites del país en una serie de categorías, dentro de las que por supuesto estaba “Deportes”. En la primera edición del premio, la categoría la ganó Bengaleses.com, el portal que aún mantiene vivo el buen amigo Ángel Matos desde Azua.

Para la siguiente edición, nos pusimos las pilas en Aguiluchos.com, y ganamos no solo la categoría de Deportes, sino también el máximo galardón. Cuando Margarita Cedeño anunció el premio mayor y subimos a recibir la estatuilla, don Adriano me abrazó con ese aguiluchismo rebosante que siempre tuvo y bromeó con Margó, quien para más señas es liceísta.

Las escaleras

En agosto de 2015 empecé a trabajar en Diario Libre. Desde que don Adriano supo que había aceptado la posición me llamó a su oficina y me hizo un montón de preguntas sobre Google Analytics porque quería entender mejor el tema. Así era él, una esponja humana, pero a la vez un manantial que daba y brindaba.

No sé cuántas veces coincidimos en las escaleras, pues él subía trotando, a veces hasta la cuarta planta, “para mantener la forma porque la garantía se me venció hace mucho“. “Buenos días, don Adriano” le decía. “Buenos días, aguilucho” solía responder.

Su retiro

En su despedida, el 20 de octubre de 2020
En su despedida, el 20 de octubre de 2020

Vi su retiro de Diario Libre como un acto noble. No solo por dar paso a doña Inés (que no lo necesita, ella es su propio sol), sino porque Adriano no necesitaba retirarse. Pero sus motivos eran más grandes que el periódico, y eso me quedó marcado: “Disfrutar con mi familia, dedicarme a la historia y a escribir, eso quiero” confesó y con el humor que le acompañaba se despidió agradecido de su silla, los compañeros y el periódico.

Yo no estaba esperando despedirme de él en lo laboral. Cuánto menos lo estoy para despedirme de él en la vida. Sin embargo, así como tuve que aceptar que el retiro era una idea fabulosa, he querido escribir esta limonada para despedirme a mi modo de él, recordando su caballerosidad y su picardía, sus “chistes malos” que a él les salían mejor que a nadie.

Que la tierra le sea leve, buen hombre.

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