En un pequeño pueblo de la pampa Argentina hay un árbol que un niño de cinco años sembró junto a su madre hace un montón de años. Aquel árbol que creció y se llenó de nidos hoy llora a su amigo, el que fue y volvió tantas veces en el andar de su camino.
Y así como esa semilla creció y expandió sus raíces en el suelo de Rancul y sus ramas en el cielo albiceleste, así el legado de Alberto Cortez ha arropado a gran parte del mundo con poemas y canciones que no pierden vigencia con el correr de los años.
Con un baúl lleno de acordes y metáforas simples pero cercenantes, Alberto fue piedra angular en la formación moral de varias generaciones, acercándonos a la pureza del amor en las cosas simples de la vida. Tocó los aspectos mundanos de la humanidad con versos desnudos de pretensiones y se hizo querer porque era imposible de desquerer.
Fue mi madre quien, cuando yo aún era un muchacho, me expuso a sus canciones en discos de pasta que terminaron rayados y desgastados por el abuso que les di. Y fue en 1984 cuando lo vi actuar por primera vez de muchas que tuve la dicha de verle. A pocos de sus recitales en la República Dominicana falté, y siempre por razones ineludibles. En septiembre de 2005 estreché su todavía muy recia mano. En mi vida sólo atesoro un autógrafo, y es suyo. Y suyo es el único autógrafo que tiene mi madre. Tesoros de la vida.
La vejez es la más dura de las dictaduras, decía Alberto, y con razón. Pero aún con 79 años recién cumplidos, seguía activo y estaba pautado a actuar en Santo Domingo el pasado viernes. Desde que supe que vendría compré boletas para mi madre y para mí con la ilusión de volver a verle. Solo dos días antes del recital fue ingresado a pelear su última batalla, la que tristemente perdió la mañana de hoy.
Sus canciones marcaron mi vida al punto que con convicción puedo afirmar que él es parte fundamental de mi personalidad.
Ustedes saben usar Google y YouTube, así que no les costaría trabajo encontrar decenas de vídeos con presentaciones en un montón de escenarios, con un amplio abanico de formatos, desde lo sinfónico hasta lo acústico. También sabrán encontrar en Spotify varias listas de canciones de su autoría, así que no necesito compartirles nada.
Para mí es un ejercicio banal intentar hacer una lista de canciones favoritas de Alberto Cortez, porque son tantas… que la brevedad huye despavorida. Fuera de las usuales que no faltarán en ninguna de sus propias listas, quizás valga mostrar algunas de las que no son tan conocidas.
Como Sabra y Chatila, una canción que busca redimir un poco el sufrimiento del pueblo palestino masacrado por botas israelíes en 1982.
O como El Amor Desolado, una de las canciones más brutales y crudas que jamás se ha escrito en castellano (musicalizada por Cortez y escrita por José Dicenta Sánchez, inspirada en el suicidio de su amigo Waldo de los Ríos).
También aquella canción que le escribió a un amigo de la infancia cuando supo que en su vejez aquel pibe que lo guió por la vida ahora era papá. ¡Qué maravilla, Goyo! Tamaño capricho de la vida, a Alberto nunca le nació un Goyito.
A los 12 años Alberto dio a conocer la canción que marcaría su inicio en la música: Un cigarrillo, la lluvia y tú, una composición que ya iba preñada de ese sentimiento que jamás le abandonaría. Nuestro Sergio Vargas la grabó en bolero.
La fama de Alberto Cortez despegó a finales de la década de los ’60, pero ya para entonces tenía una serie de canciones mucho más “juveniles” y quizás “leventes” por las que era conocido en una época que dominaban los Beatles. Ahí pertenece el ritmo más popular, el vaivén del Sucu-Sucu (que hoy quizás sería un tema de Bad Bunny).
Cortez tuvo siempre un humor muy fino que indefectiblemente se coló en muchas de sus canciones. Un ejemplo claro son sus Instrucciones para ser un pequeño burgués.
Alberto Cortez le cantó a la vejez, a su padre, a su abuelo, al perro viralata, a un árbol sembrado en su infancia, y su canción más oportuna para hoy Cuando un amigo se va fue escrita por la muerte de su padre. Se alegró de que un amigo tuviera un hijo cuando él nunca pudo tener ninguno, y dejó decenas de canciones que están en puestos imbatibles del cancionero castellano del siglo pasado y aún del actual.
Lloro su muerte con la tristeza de ver partir a un amigo, y algún día espero poder verle en las aldeas y en las montañas de todas las sendas de España recordando a ese padre-artista que me legó sus acordes de guitarra. Espero visitarle donde quede, y agradecerle porque las ramas del árbol de Rancul me alcanzaron, me abrazaron, me acompañaron toda mi vida.
Gracias a su vida, que me ha dado tanto.
Sin desperdicios!!!
Gracias Carlos… disculpa la tardanza en responder 😀