Nací el jueves 23 de mayo de 1968, hace hoy 49 años. Sí, fui a orinai, y de cumpleaños te pido un regalo muy valioso (pero fácil de regalar).
Algunos de mis “23 de mayo”
El primer cumpleaños del que guardo alguna memoria fue mi cuarto, y lo que recuerdo es que mi madre estaba atendiendo un carajito nuevo que era mi hermano. En mis cinco años le di un beso a una prima mía y alguien hizo una foto de ese momento. A los siete años pensé que cuando cumpliera 10 ya sería un “niño grande” porque mi edad tendría dos dígitos. A los 12 años no quería cumplir 13 por aquello de la “mala suerte” pero en ese año creo que ni gripe me dio.
Por primera vez me sentí incómodo de ser el centro de atención cuando llegué a los 15 años. En 1986 cumplí 18 años y mi mayor frustración fue no poder votar en aquellas elecciones por escasos siete días. En ese cumpleaños mi madre oronda me dio un vaso de cerveza sin saber que hacía tiempo la había probado con mi tío Lope. Celebré mis 20 años casi sin querer en aquella heladería que quedaba en la Lope de Vega donde hoy está el Banco Santa Cruz (Gelato o Italianíssima, no recuerdo el nombre).
Mis 22 años me llegaron manejando el primer automóvil que compré con el fruto de mi trabajo, mi viejo Volky alemán fabricado en 1968, el mismo año de mi nacimiento (tiempo después, el azaroso de Arjona me dañaría el chiste). Recibí los 25 años en Las Terrenas, donde recuerdo que celebré muchos cumpleaños propios y ajenos, pero esa vez yo andaba solo.
Hace 20 años que celebré mi último cumpleaños soltero, pues en diciembre de 1997 me casaría por primera vez. Hace 16 fue mi último cumpleaños sin descendencia, pues en diciembre de 2001 nació mi primera princesa. En 2003, de nuevo en la “agencia libre”, vi llegar mis 35 años sumergido en un abismo financiero que me dejó la crisis económica de ese año. Pero si pensaba que ese año había tenido un cumpleaños chuipi, el año siguiente fue hasta la fecha mi natalicio más triste.
La primera vez que tuve una fiesta sorpresa fue a mis 38 años, maquinada por mi entonces novia y con la complicidad de una caterva de amigos que se vistieron de naranja y yo ni así me la llevé (en esa época muchos me conocían como “El Mamey” por mi nick en los foros de béisbol). Mis 39 los pasé acompañado de extraños en una loma de Jamao, pues en 2007 trabajé con International Student Volunteers como líder de proyecto.
Para mis 40 años, el color fue el verde limón y ese mismo día hace nueve años inauguré mi cuarto blog, el que ahora leen (así que mis 40 Limones también cumplen años hoy). En mis 44 años tuve otra sorpresa cuando mi madre y mi hija “me asaltaron” en mi oficina con una caterva de picaderas y un bizcocho, del cual seguramente Milca Peguero aún se acuerda. Para los 45 años de nuevo me contaba en el número de los casados con la que ahora me aguanta y los 46 llegaron con mi segunda princesa en brazos.
Y así, con alegrías más, y tristezas menos, llegamos a hoy. 49 años desde aquella noche en el “modernísimo” Centro Médico UCE en que empecé a fuñir la paciencia. Me gustaría pensar que aún no he llegado a la mitad de mi vida, pero no sé si tenga tanta suerte (o mi descendencia tanta mala suerte) de verme fuñendo el parto con más de 98 calendarios encima.
Si quieres felicitarme
Te la pongo bien fácil: Regálame un post de tu autoría, o un enlace de algún contenido que pienses que me puede gustar (fotos, vídeos, canciones, artículos…). Si te faltan ideas sobre mis temas favoritos, piensa en ciencia, astronomía, historia, redes sociales, curiosidades, matemáticas, ciencia de datos y cosas así. Pero si lo que te sale es compartirme la canción de Wellinton El Campeón, igual lo voy a apreciar (dizque).
Fui a orinai
Cuenta la leyenda que un cibaeño viajó por primera vez a Nueva York sin saber una palabra de inglés. Como todos, él tenía un primo en la gran urbe, cibaeño también, al que llamaban “el Mocho” y que trabajaba como dependiente en una tienda de electrodomésticos. Hasta allá fue el cibaeño a visitarle.
—Ei pipo, primo, pero Nuebayoi sí e’ lindo. ¡Cuánta vaina grandoooota! ¿Cómo le vade, primo?
—Bien pai tiempo, primo, aquí echando ei forro. –le contestó el casi-gringo con todo el acento “dei sitio” mientras acotejaba una nevera– Primo, mire, yo sé que ujté no epika inglé, pero vea, tengo que di de un pronto ai baño que me toy orinando. Hágame ei favoi, primo, no se ponga a hablai con naiden, que yo vengo ahora.
—Vaye primo, yo lo aguanto aquí. –le respondió el recién llegado.
Y así se fue el hombre apurado a la trastienda mientras el cibaeño con todos sus cadillos miraba tantas cosas en los pasillos. En seguida, un gringo entró y mirando un televisor LED de 50 pulgadas le preguntó al hombre:
—How much?
Y el infeliz entendió que preguntaba por su primo el Mocho, por lo que le respondió con la sinceridad que caracteriza al inocente:
—Forinai.
—Forty-nine? –replicó el gringo, entre incrédulo y fascinado.
—Sí, forinai, forinai.
El gringo gustoso le dio 49 dólares, cargó con su televisor y antes de que el cibaeño entendiera nada, otro cliente le preguntó por una computadora portátil de último modelo.
—How much?
—Forinai. –dijo el hombre contento de que su primo fuera tan famoso. El nuevo cliente también le dio 49 dólares y se llevó la flamante laptop. En eso, un latino se le acerca y le pregunta:
—A todos tú le dices “forty-nine”. ¿Tú estás seguro de eso? ¿Dónde ‘tá el Mocho?
Y el cibaeño encogiéndose de brazos de responde:
—Bueno, vea, pai tiempo que tiene que se fue a orinai, pa mí que también fue a c*gai, ve?