La tecnología avanza a pasos agigantados y con su ayuda, el tema de reducir costos se ha potenciado a un nivel insospechado 20 años atrás. En la época de la übercomputación, pareciera que todo se puede ahorrar usando un servicio de Internet o un programa especializado. Esta percepción generalizada tiene una “inocente culpable” en la ciencia ficción que nos ha dado a lo largo de los años la ilusión de que podremos interactuar con máquinas, androides, computadoras, todo ello motorizado con inteligencia “artificial” suficientemente avanzada como para ser verdaderamente ayuda y no estorbo.
¿Tendremos alguna vez nuestra propia Robotina? ¿Habrá que lidiar con un sarcástico Robot como el de Perdidos en el Espacio? Nos sobrecoge que Sonny o Terminator nos quieran aniquilar, o convertirnos en simples baterías como las máquinas de Matrix. Quizás al final sólo aspiramos a tener un C-3PO y un R2-D2 que nos ayuden a salir de los problemas, o un Señor Data que siempre calcule la idoneidad de nuestros disparates. Benévolos, algunos querrán que Wall-E pueda enamorarse de Eva o que Bicentennial Man pueda tener sentimientos. Eso sí, todos queremos tener a Jarvis manejando nuestra casa.
La Teoría de la Singularidad es una excitante proposición. Indica que la capacidad de razonar “inteligentemente” de las computadoras está acelerándose de forma dramática y que llegará el momento en el que las máquinas alcanzarán el nivel racional de nuestro cerebro. Técnicamente, este momento las igualará con la inteligencia humana, pero es obvio que la cosa no se detendrá allí. Las máquinas continuarán “evolucionando” su inteligencia y lograrán ser mucho más eficientes que los humanos.
¿Qué del día de hoy?
No es secreto que cada vez que agarramos nuestros celulares modernos tenemos en nuestras manos más poder computacional que lo que jamás tuvo aquella UNIVAC que ocupaba canchas completas para hacer un puñado de operaciones aritméticas antes de sobrecalentarse. Los desarrolladores de aplicaciones están cada día empujando los límites de las máquinas para hacerlas más útiles y asombrosas.
Hoy día ya podemos tener largas “conversaciones” con Siri, el asistente de los iPhone, y Google invierte buen dinero en equiparar el asistente de los teléfonos Android. Los celulares de hoy nos recuerdan citas, nos ayudan a comprar mejores productos en el supermercado, nos ayudan a hacer ejercicio y a comer saludable, nos resuelven la vida de lo más bien.
En las computadoras de escritorio, aunque no están muy de moda últimamente, pasa también la misma situación. Con ellas hoy podemos desarrollar complejos modelos predictivos y analizar millones de datos en cuestión de segundos para obtener tendencias y predecir comportamientos. Y no, no se trata de computadoras complejas, sino de las PCs normales que tenemos en nuestras casas.
Hace décadas que los automóviles y los aviones son construidos por máquinas. Las empresas textiles, las imprentas y las prensadoras dependen de las máquinas para crear productos económicos. Los autos que manejan solos ya están siendo probados en países desarrollados y existen robots en Japón que cuidan ancianos. Miles de operaciones quirúrgicas han sido automatizadas y una caterva de procesos mecánicos son realizados sin intervención del ser humano. Cada año hacen concursos de robots androides que ya bailan, esquivan obstáculos, recogen objetos, hacen comidas y bebidas e imitan el aspecto humano a un nivel de detalle bien espeluznante. Vamos bien, ¿cierto?
Sin embargo…
Todo este paseo por el excitante mundo de la robótica y la singularidad ha sido una (larga) introducción para advertirle a las empresas que por mucho que queramos “darle trabajo” a la computadora, tenemos que estar claros: Aún falta demasiado para que sustituyan a los humanos en tareas que requieran el uso de la cabeza más que de la fuerza o la rutina. No es sabio depender de la tecnología actual para tareas que requieren inteligencia y razonamiento lógico en contextos imprevistos.
Un ejemplo jocoso es la imagen previa, que me envió mi hermano José Ramón Martínez Batlle, en la que se nota el manual de instrucciones de un abanico KDK “traducido” pobremente por lo que sin dudas fue un mal traductor, probablemente un “primo desnutrido” de Google Translate.
Sólo así se comprende que una empresa de larga trayectoria haya tomado la decisión, sin dudas buscando ahorrar costos administrativos, de encargar a una computadora (o peor, a un humano más bruto que una computadora) la traducción del referido manual y haya considerado que “Electric Fan” es un “Eléctrico Entusiasta”. No caigan en eso, empresas y CMs…