El concepto de “cachaza” es una de las más ricas metáforas que aprendí en la niñez. Lo experimenté de manera práctica (y por demás dolorosa) en la década de los ’70, en uno de los viajes que hice con mi familia a Las Terrenas (mi padre fue de los “colonizadores”). Era verano y el sol daba duro en el cojollito de nuestras cabezas. Las olas cantaban invitándonos a mi hermano y a mí a zambullirnos. Con nosotros andaba el hijo de uno de los pescadores que se había hecho muy amigo nuestro (se llamaba “Almisén”, y no se rían que es en serio).
Mis padres, previsores como siempre, mantenían nuestros pies con tenis (juraría que eran “Campeón”) y la razón primordial era evitar pisar una botella rota o un erizo. Sin embargo, Almisén, de humilde condición y “nativo” al fin, andaba descalzo. Aquel día llegamos a la playa, desempacamos nuestras cosas y de inmediato quisimos ir a bañarnos los tres. Luego de un largo rato de “nadar” a no más profundidad que mis rodillas (porque era pendejísimo yo), tenía los tenis repletos de arena, por lo que me los quité y los lancé lejos en la playa. Mi hermano hizo lo mismo y seguimos chapoteando. Tiempo después mi madre dijo que era hora de almorzar y salimos. Almisén iba delante, descalzo, raudo y quitado de bulla. A mi hermano y a mí nos bastó dar un solo paso en la arena seca para vociferar una docena de “dichos” y regresar al agua mientras mi madre intentaba recoger del suelo a mi viejo que estaba malo de la risa.
Almisén, acostumbrado a la playa y a la desnudez de sus pies, ni siquiera sentía el “caliente”, así como tampoco los corales ni los caracoles que pisaba sin siquiera percaterse de ello. Tenía en sus pies unas tremendas cachazas. Y, por supuesto, no me refiero al “mabí” brasileño que se llama cachaza.
Nuestra cachaza social
Y hoy día, usted y yo tenemos el corazón, el alma y la mente repletos de “cachazas morales y sociales” que nos impiden sentir la crudeza del mundo que estamos viviendo. La cachaza moral es, diría yo, un mecanismo de defensa del alma para no morir de envenenamiento. Por eso podemos leer noticias que matarían de vergüenza a nuestros abuelos y nosotros como si nada. Por eso nos reímos cuando vemos que los canadienses están escandalizados al descubrir que varios de sus legisladores son corruptos. La cachaza social es lo que nos impide asombrarnos de las barbaridades que vemos.
Al final, la cachaza no es más que una acumulación de tejido muerto (como en la planta del pie) o de vagabundería sobre vagabundería (como los escándalos de corrupción que se acumulan cada vez rompiendo el “record” que el anterior estableció. ¿Ustedes creen que nos asombraría que un banquero se robe 100 millones de dólares hoy día? Claro que no, si a Ramoncito Báez y a Pedro Castillo los condenaron por desfalcar al país con sumas inmensamente mayores. Sin embargo, los más viejos que me leen recordarán el estupor del fraude que cometió Leonel Almonte a finales de los años 80, crimen por el que fue juzgado y condenado. ¿Cuánto fue que se robó ese señor? 100 millones de dólares “nada más”.
¿Se dan cuenta? Cuando se destapó el escándalo de Leonel Almonte, recuerdo que nos escandalizamos y reprobamos la actitud irresponsable del señor Almonte. Hoy día, un banquero que se robe 100 millones de dólares probablemente ni primera plana obtenga, pues los fraudes de hoy día son de mucho más dinero. Pero el punto, supongo, que se entiende. La cachaza que nos han fabricado las noticias y los políticos nos impiden asombrarnos cuando leemos algo que aunque sea muy malo, palidece ante cosas peores que conocemos.
Nuestro cerebro ha sido educado para “rankear” las noticias, de manera que automáticamente vamos asignándoles un “valor” de más o menos mala según la memoria nos recuerde otros casos. No soy psicólogo, pero estoy seguro de que no soy el primero que se da cuenta de eso. Probablemente esto tiene algún nombre científico en latín, pero yo simplemente lo llamo cachaza social. Sólo cuando una noticia supera en dimensiones las que ya hemos conocido (cuando una aguja muy larga atravieza los centímetros de piel que ya hemos “criado”) y nos duele, entonces nos asombramos. De igual manera, cuando una noticia negativa, pero “no tan grave” (que no rebasa las capas de cachaza previamente criada) tendemos a minimizarla porque “hay algo peor”.
¿Cómo nos afecta?
Cuando una sociedad pierde la capacidad de asombro nos enfrentamos con un panorama siniestro. Los delitos “menores”, esos que nuestra cachaza no siente, pasan desapercibidos. Las cosas no son tan graves pues se miden en un listado de barbaridades que no admite “pequeñeces”. Pero lo triste es que esas pequeñeces que no nos asombran ya empiezan a ser realmente graves. ¿Queda alguien que no tenga un conocido (o por sí mismo) que haya sido asaltado? Eso es algo que no nos alarma ya, pues son tantos los robos y atracos que uno más es llover sobre mojado. Sin embargo, ¿se dan cuenta de lo grave que es que el ser atracado se haya convertido en algo cotidiano?
Mucho peor aún, de alguna forma oscura, algunas veces deseamos ver una noticia que se convierta en la nueva medida de la cachaza. Creo que eso es lo que impulsa a los azarosos que agarran armas y realizan matanzas en zonas escolares: ser el más mortífero de los malditos, el nuevo estándar contra el cual se midan las demás barbaridades.
Los medios no ayudan mucho. Casi como cómplices factuales, vemos los noticieros mostrar con crudeza cadáveres, presentar doñas llorando sus muertos, niños huérfanos por un ladrón, como si fuera cualquier cosa. Los periódicos, quizás menos gráficos, complementan ofreciendo detalles pormenorizados de las artes oscuras de los maleantes. Y la radio con sus programas de putrefacción, colaboran sirviendo de tribuna del desahogo, y cada día escuchamos las mismas quejas de corrupción, crimen e intranquilidad.
La situación personal es ya grave y los medios no hacen más que reforzarla. ¿Cómo podremos sobrevivir a este siglo de sobre(dañina)información? Tenemos un afán por “estar informados” que no nos está permitiendo respirar y si no detenemos la locura terminaremos presos de una depresión mediática.
Is ignorance bliss?
Es hora de que despertemos del letargo. Tenemos que aprender a filtrar, aprender a buscar fuentes de información que no nos intoxiquen continuamente. No propugno por darle la espalda a las noticias abrazando aquello de “ignorance is bliss” porque tampoco eso es cierto. Lo que sugiero es que busquemos un balance. Las noticias pequeñas deben volver a asombrarnos, pero no podemos permitir que la oleada nos abrume. Hemos perdido humanidad cuando la fiscalía desmonta una banda de azarosos que tiene niños pidiendo en la calle y nos concentramos en castigar a los “malos” sin pensar que al final esos niños deberían estar estudiando o jugando.
Hay que parar la exposición a tantas malas noticias, que solo endurecen la cachaza emocional que tenemos, la cachaza social que juntos hemos construido. Hay que buscar buenas noticias y darles portada, resaltarlas y hacerlas importantes porque lo son y porque lo deben ser. Hay que eliminar la cachaza de los ojos. Del corazón. De la mente.
La imagen la saqué de este enlace.
Eso es lo preocupante, lo insensibles que nos estamos volviendo al ver todas estas atrocidades como algo cotidiano. Me aterra!!!