La semana pasada volvimos a ver la cara del miedo y los ojos brotados de terror que muchos aún recordamos bien luego del atentado de las Torres Gemelas. De nuevo una acción inédita en un escenario improbable. Dos bombas caseras detonando en el maratón más antiguo de América, un evento que convoca a cientos de países en una fiesta a la capacidad humana de resistir. Solo que la resistencia que se puso a prueba no fue la física, sino la que nos golpea con el absurdo de matar y destruir sin razón alguna.
Las razones detrás del por qué dos chechenos naturalizados decidieron plantar bombas en el Maratón de Boston probablemente nunca serán esclarecidas. Y es seguro que jamás serán suficientes. Quizás el tiempo revele que hay más personas involucradas, quizás se concluya que los hermanos Tsarnaev actuaron solos. Al final, esos detalles no borrarán lo que mencionaba al principio: la cara del miedo y los ojos brotados de terror.
¿Qué busca una persona causando daño al estilo Tsarnaev, o como Timothy McVeigh (Oklahoma), o como los fundamentalistas que cambiaron el mundo el 11 de septiembre de 2001? Yéndome a lo más “cotidiano”, ¿qué persiguen los individuos que abren fuego contra inocentes en escuelas primarias (Sandy Hook), universidades y colegios superiores (Virginia Tech) y hasta en cines (Aurora)?
No soy psicólogo ni nada parecido, pero tengo la impresión de que además del desequilibrio mental que se necesita tener para tramar cosas tan horrendas, además del odio a la humanidad que tiene que existir en una persona para ser capaz de actos tan crueles, detrás de estos actos barbáricos necesita también haber un deseo de ingresar a la lista de casos más graves de su género.
Necesitamos compararnos siempre. Lo vemos a cada rato. De las primeras opiniones que leí sobre el bombardeo de Boston es que parecía ser “el más grave caso de terrorismo desde el 9-11”. Cuando leemos noticias sobre un nuevo tiroteo y asesinato masivo de inmediato surge quien dice que “es el segundo peor caso de asesinatos en todos los tiempos”. Hemos convertido estas tragedias en una competencia, en un “ranking” en el que involuntariamente catalogamos de “menos malo” los tiroteos que cobraron menos víctimas y miramos a un Seung-Hui Cho como “el papaúpa de la matica” porque todavía nadie ha superado su killing spree en Virginia Tech (en la categoría de tiroteos en establecimientos educativos), pero nos asombramos de que el más mortal sea el pana que en Noruega mató a casi 80 personas.
No sé ustedes, pero tantas comparaciones y listas de matanzas creo que pueden ser un aliciente para que los desquiciados que viven entre nosotros se les ocurra “superarlos” y así pasar a la historia de alguna manera, logrando que “le demos mention” a cada rato. Ya una cabeza suficientemente podrida como para premeditar un asesinato no está muy lejos de pensar “coño, pero si ya he decidido matar a fulano, ¿por qué no hacerlo más bacano y matar a 40 con él?”.
Después de todo, probablemente jamás habríamos escuchado nombres como Timothy McVeigh o Seung-Hui Cho o Adam Lanza o ahora a los hermanos Tsarnaev, si no fuera por sus “chulerías”.
Y cuando le damos prensa, mucha prensa, y mostramos en vivo esos dispositivos de búsqueda y captura tipo Rambo, entonces le damos otra motivación para querer la ilusión de ser el protagonista de una película.
Mantengo que la prensa es la culpable: se centra en ellos, en sus hazañas, y rara vez hace incapié en las verdaderas víctimas. ¿Alguien recuerda algún nombre de alguno de los fallecidos en Sandy Hook o Aurora? A ver ¿cual es el primer nombre que te llega a la cabeza? Exacto, ninguno, así mismo. ¿Alguien de Virginia Tech?
Toda la historia que narra la prensa se enfoca en el maldito loco que jaló el gatillo, y eso les provee una motivación mas rimbombante.
No podría estar más de acuerdo contigo, Melvyn. Yo no quise enfocarlo TAN así pues aún quiero pensar que los medios no son eminentemente sádicos… Pero sé que es una esperanza medio tonta.