Siempre me ha gustado caminar al aire libre. Es un deporte y un hobbie y se requiere solamente un par de tennis para caminar un buen rato. Recuerdo algunos recorridos interesantes que inicié sin intención, movido más o menos por ese mismo gusanillo que le picó a Forrest Gump cuando decidió ponerse a correr a través de Norteamérica.
Caminé una vez desde la Kennedy con Ortega y Gasset hasta Los Cacicazgos. Había dejado mi auto en SETEA y aunque podía regresar en taxi, decidí echar una caminadita. Cuando llegué a la Lincoln quise llegar a la Churchill, y luego a la Defilló y en menos de lo que pensaba ya estaba en la Núñez de Cáceres con Rómulo Betancourt. Me detuve en el Colegio Don Max a brechar a una amiguita que tenía en ese colegio, a ver si la invitaba a brillar el resto de la mañana… pero no estaba asaltando cunas, es que yo también era un muchacho.
Una caminata navideña que hice hace cinco años empezó con mi cámara a cuestas y luego de almorzar en Taco Bell de la Churchill. Decidí caminar un rato y bajé toda la Avenida hasta el Malecón. Como no podía seguir rumbo al sur, torcí a mi izquierda y llegué hasta Gazcue, subiendo por la Pasteur hasta mi vieja oficina en Trinergia. Ese día conocí a Juan y Elizandro quienes con 9 años apostaban sus monedas jugando “raya”.
Pero ni modo, la historia de Juan y Elizandro es otro tema… el caso es que mis más largas caminatas han sido en Samaná. Mis viejos tenían una casa en Las Terrenas y casi todos los meses íbamos una o dos veces. Solía salir antes del amanecer a caminar o correr y así fui conociendo todos los rincones de Las Terrenas. Un día enrumbé hacia el oeste y descubrí Playa Atlantic, La Bonita, El Lirio y cuando llegué a Cosón me encontré con que la cordillera se zambullía en el Atlántico. Igual, subí las lomas buscando llegar al otro extremo de las montañas pero ya el hambre picaba y preferí regresar. Esa caminata debió pasar los 20 kilómetros.
En otro viaje, decidí ir al otro lado, por el este. Pasé Punta Popy, llegué a El Portillo y seguí avanzando pero unos kilómetros luego de Portillo la playa se llenaba de manglares y tuve que regresar. Un tiempo más tarde invité a mi viejo amigo del San Judas Tadeo Raúl Francisco Tejeda Calderón y salimos a las 5am rumbo al este forrados de agua y sandwiches. Cuando pasamos El Portillo, en vez de seguir la playa (que ya sabía que se tornaba intransitable) subimos por la carretera y llegamos a Playa El Limón.
En ese recorrido pasamos mil penurias: un perro nos dio una carrera y perdimos la funda donde llevábamos el almuerzo. No teníamos dinero y no habían colmados en ningún lado, por lo que tuvimos que marotear naranjas… que resultaron ser más agrias que una doña en rolos. Luego los jejenes se dieron vida con la “carne fresca” que resultamos ser y terminamos con las piernas sancochadas de picaduras. Pero al final, el Cayo de El Limón nos dio la bienvenida y logramos descansar un rato. Pasaba el mediodía, así que tuvimos que volver sobre nuestros pasos sin disfrutar mucho la hazaña, como si hubiéramos conquistado el Monte Everest. Y naturalmente, el regreso fue una pesadilla… La noche había caído gruesa sobre nosotros cuando arribamos a la casa y calmamos a mi vieja que no tenía idea de dónde habíamos ido.
Nos dijeron que la Playa El Limón estaba a 21 kilómetros de Las Terrenas, de forma que Raúl y yo ese día recorrimos algunos 42 kilómetros con hambre y sin un pendejo chele encima. Toda una odisea que nunca he querido emular.
De todas maneras, insisto, caminar es un ejercicio barato, fácil de llevar en cualquier lugar y muy seguro, siempre y cuando andemos alertas ante cualquier movimiento de atracadores. En esta época invernal es cuando más se disfruta estirar las piernas y con seguridad en cada caminata algo nuevo descubrimos, algo que todos los días se nos escapa por la prisa. Caminar, sea poco o mucho, es un placer pausado que deberíamos retomar.
¿Ustedes caminan? No importa si es por ejercicio o por simple gusto, pero si lo hacen, denme luz sobre sus experiencias.
A mi también me ha gustado caminar desde chico. Recuerdo una vez en el 1993 que fui con un amigo al Club del Banco Central (mi madre trabajó ahí desde que comenzó su vida laboral hasta jubilarse) en Semana Santa. A bañarnos en la piscina porque nos quedamos en la ciudad esa vez.
El caso fue que cogimos nuestros sendos carros públicos hasta llegar a la Nuñez de Cáceres con Independencia, que es donde está ubicado el club.
Para nuestra sorpresa estaba cerrado 🙁 aunque quizás no debimos sorprendernos tanto, era Semana Santa después de todo. Nuestra decisión fue irnos a Güibia (que en esa época era bañable todavía), pero había un problema: Teníamos poco dinero y hacía hambre. Resulta que en el club, yo podía pedir comida (pizza en este caso que era lo que queríamos) y se lo descontaban a mi madre del sueldo, pero como el club estaba cerrado…imagínate. Pues nada, nos tiramos todo el Malecón desde la Nuñez hasta la Gomez a pie para ahorrarnos ese dinero y comprar algo de comer en Güibia (había una pequeña cafetería en esa época). Según Google Maps son 4.8 kms.
Al llegar a Güibia, nos metimos al agua rápidamente pero nuestra alegría duró menos que un estornudo, pues un oficial de policía nos dijo que la playa estaba cerrada “por seguridad”. ¿Pero por seguridad de qué? ¿Qué en Semana Santa la gente se ahoga más fácil? Cualquier aumento de fatalidades playeras se debe al simple y llano hecho de que hay MÁS gente en la playa y por ende hay más posibilidades de que haya muertes, no que la playa se pone más peligrosa para cada individuo.
En fin, salimos y nos comimos nuestra pizza y como nos quedamos sin dinero, a caminar para la casa. Vivía yo en Cristo Rey en esa época y según Google Maps, caminamos 6 Kms.
4.8 + 6 = 10.8 Kms. Creo que es la caminata más larga que he dado.
¡Qué eplote! 😀 Cónchale, debí usar Google Maps para medir la distancia de las caminatas de Samaná… buena idea! 😀
Yo caminaba hasta que salí de la UASD. Ahora, entre la delincuencia, “que no me gusta caminar sola” y otras tonterías que me vienen a la cabeza, encuentro la excusa para no hacerlo. Y claro que ha tenido sus efectos bastante negativos. Ojala pronto encuentre fuerzas en alguna parte para salir por ahi como un chele y hacerle algun bien a mi cuerpecito. Una vez me cogio con salir de la UASD para mi casa (en el V Centenario) a pie. No era la gran cosa, pero tomando en cuenta que salía exhausta de caminar por el campus entre clase y clase, y que el estomago iba vacio… uff, llegaba con la lengua afuera. Pero con la satisfacción de haber cumplido el reto. Una vez invité a una amiguita, y la convencí diciendo “tu verás que es de una vez”, jajaja. Me cortó los ojos no se cuántas veces en el camino.
Jajajajajaja, yo una vez convencí a una compañera de trabajo de ir desde la Gustavo hasta la Correa y Cidrón bajando la Lincoln, y me pasó lo mismo… 😀
Sí, la delincuencia es lo que realmente está jodiendo el parto… pero ojalá lo podamos recuperar. Gracias!
Qué bonito recuento Darío!
En la Rep. Dom. mi caminata típica era de un lado de Alameda al otro para visitar a mi amiga Marlene. Nunca medí la distancia ni el tiempo pues era una caminata placentera (hasta en el verano).
Aqui en Nueva York caminar es regla. Después del transporte público, caminar es el modo de transporte más usado. Pero no solo caminamos “para llegar” sino también para conocer. Visitar la milla de los museos, cruzar el Brooklyn Bridge o conocer Central Park te puede tomar mínimo una hora caminando, y lo disfrutas. Mi madre es experta en eso…
Este año pasado Orlando y yo caminamos 32 millas (51.5 kms) alrededor de la isla de Manhattan junto al grupo Shore Walkers ( http://shorewalkers.org/ ). El evento nos tomó 11 horas de pura caminata. La experiencia fue única y estoy dispuesta a participar este año en la misma experiencia. Como dicen los Shore Walkers: Caminar es conocer el mundo a 3 millas por hora.
Bueno dario, si de caminar se trata puedo escribir un manualcito, recuerdo que estando en mis primeros cuatrimestres en la universidad O&M del centro de los heroes, en la feria, camine desde alli hasta el ensanche espaillat, todo por haberme comido el dinero del pasaje, y tener la verguenza de pedirle a un pana 10 pesos para la guagua. Asi que al salir, me dije bueno miguel, ahora toca el carrito de don fernando(“Todos conocemos la frase”), recuerdo que en el camino iba diciendo diache yo si vivo lejos. Cuando llegue a casa luego 3 horas de intensa caminata, cuando me tire en el piso de la galeria me supo a gloria el merecido descanso.
Recuerdo que en otra ocasion, tambien en los afanes disque de hacer ejerecicios un grupo de amigos y yo del barrio ibamos todas las tardes y trotabamos por las aceras del puente de la 17, lo cruzabamos ida y vuelta, en una ocasion cuando lo cruzabamos nuevamente, un amigo dijo que bonito se ve el puente juan bosch, vamos para alla, asi que fuimos trotando como diez muchachos toda la acera por la avenida venezuela hasta llegar al puente juan bosch, fue tanto el trote que recuerdo que uno de los panas cojio un carrito ahi en el farolito y nos dijo nos vemos alla. Cruzamos el puente juan bosch, fue tantas la vueltas que dimos por el ensanche ozama, que de la azaña, solo quedó el recuerdo, pues despues de ese dia ninguno volvio a cruzar el puente disque trotando.