Esta cita de Voltaire le confiere tremenda importancia al acto de escribir, al equipararlo con la pintura. Se infiere que quien escribe correctamente “pinta mejor” sus ideas y por tanto sus escritos pueden ser más valorados que otros creados con displicencia ortográfica. Este pensamiento me parece ideal para iniciar esta limonada.
Recientemente, mi entrañable amiga Lisselot comentaba en Facebook que la habían tildado de tener problemas psicológicos. Más allá de la sana locura que siempre la acompaña (y que le sienta maravillosamente bien), me pareció extraño el comentario. Ahondando, ella comenta que su diagnóstico de desequilibrio mental se debe a que la “gente normal” no acentúa palabras ni utiliza signos de apertura de exclamación o interrogación al chatear. Ese axioma tan concluyente lleva a deducir que como ella sí “comete” todas esas “anormalidades”, obviamente “tiene problemas psicológicos” y no es normal.
Tal despliegue de osada lógica gramatico-ortográfica, me lleva a cuestionarme y autoanalizarme. Yo me empeño por hablar y escribir el castellano de manera consistentemente correcta, vadeando los océanos preñados de gazapos y barbaridades para expresarme de la manera más fiel que me es posible a todas las reglas del castizo idioma de Cervantes.
Soy anormal, porque desde hace 25 años me sé los códigos ASCII de todas las vocales acentuadas, la u con diéresis, los signos de apertura de admiración e interrogación y muchos otros símbolos que los “normales” solamente ven cuando dibujan malas palabras en los paquitos.
Soy anormal, porque escribo primero en la mente y luego en el papel (o el teclado), de tal suerte que construyo mis metáforas con conceptos que luego adorno con palabras, como si de una sinfonía gramatical se tratase.
Soy anormal, porque me equivoco en mi soledad y en ella también me corrijo. Porque no me permito el lujo de sacar a la luz una frase sin primero leerla, y en más ocasiones de las que un “normal” pudiera sospechar, la elimino totalmente para escribirla de nuevo. Y otra vez. Y muchas veces más, hasta que encaje con las demás.
Soy anormal, porque he desarrollado una extraña habilidad para encontrar faltas ortográficas al vuelo, al punto que a veces, pasando páginas de cualquier periódico tengo que devolverme para ubicar en dónde fue que vi “accesar” o “conección”.
Soy anormal, porque me empeño en escribir los nombres y apellidos con su correcta ortografía, aún cuando ni siquiera sus portadores se dan por aludidos, como muchos “Abréu” que se pasan la vida desacentuados.
Soy anormal, porque hasta en las más coloquiales y lúdicas conversaciones escritas evito el uso de “slang” como “klk”, “ctt”, “xq”, y otras ingeniosas “siglas” inventadas meramente para acentuar nuestra vagancia ortográfica.
Soy anormal, porque no tolero ver un currículum vitae con “horrores ortográficos” desde el mero primer párrafo. Porque soy capaz de apreciar más a las personas que escriben con pureza que a aquellas que no se esfuerzan en corregirse a sí mismas y prefieren la comodidad de su “normalidad”.
Soy anormal, porque odio las abreviaturas y las evito siempre que puedo. También procuro utilizar las palabras ante que los números comunes, como uno, trece, veintidós, cuatro mil y otros, en lugar de sus grafismos 1, 13, 22, 4000. Obvio, para cifras complejas me permito utilizar las cifras, ya que suelen ser más fáciles de leer en números extensos. Doce millones veintitrés mil ochocientos cincuenta y siete punto seiscientos treinta y cuatro siempre será más enredado que 12,023,857.634.
Y quizás lo más importante: Soy anormal, porque aprendo, porque no me conformo con lo ya sabido. Porque reconozco que tengo profundas lagunas de gramática y redacción que necesito eliminar, y para ello ante cualquier duda consulto un diccionario, un catálogo de dudas, o la siempre categórica y circunspecta Real Academia Española.
Sin embargo, no puedo pecar de pluscuamperfecto. Tengo momentos, ocasiones, “licencias creativas” me gusta llamarlas, en los que me permito bromear con el lenguaje, y me se encarama ei Cibao ai lomo y manque suene dificuitoso de pronunciai me laigo a pailotiai en peifeto cibaeño como manda ei Crito de loj’milagro. Pero hasta para eso, procuro tener la anormal manía de escribir lo incorrecto correctamente. ¡Soy un caso!
¿Alardeo? Puede que así parezca, pero en el fondo, aspiro a que otras personas se animen a escribir con corrección. No es tan difícil como parece; iniciar un proceso de crecimiento y mejoría ortográfica es sumamente sencillo, gratificante y beneficioso.
- El primer paso es simplemente eliminar de nuestras mentes la palabra “Enviar” o “Guardar” a la hora que estamos escribiendo algo, y dedicarnos a estar seguros de lo que hemos escrito. Nunca enviemos nada sin leerlo primero.
- Lea todo lo que escribe con el mayor de los detenimientos, con un ojo crítico y asegurándose de que todas las palabras están bien escritas.
- Tenga a mano una guía de códigos con todos los caracteres “raros” para que le sea fácil acceder a ellos y utilizarlos apropiadamente.
- Busque cacofonías y palabras reiteradas, especialmente las famosas muletillas que pueden anidarse en nuestro inconsciente para surgir a la hora de redactar. Utilice sinónimos con frecuencia.
- Consulte continuamente la RAE o un buen diccionario. Si le dedica empeño, se asombrará con lo mucho que aprenderá sobre palabras desconocidas.
- Sea consistente. No se recueste. No claudique. Siempre haga ese esfuerzo que conlleva revisar todo antes de publicarlo.
- Piense que lo que está escribiendo puede ser visto por alguien (como yo) que podría ser capaz de evaluarlo de acuerdo a la calidad de sus palabras.
- Evite las abreviaturas innecesarias, así como utilizar cifras cuando los números escritos cumplen su función.
Al final, todo se resume en pintar con palabras lo que pensamos, saber combinar colores, construir objetos con pinceladas precisas, y balancear todo lo que vamos colocando en el lienzo de nuestra mente para que en todo momento, prime la armonía.
Pero… ¡horror! Escribiste mal “autoanalizarme” y “mensaje”, je, je… te agarré. 🙂
En otras palabras, me identifico. 😛
Jejeje, si te das cuenta, el artículo no estaba del todo completo (le faltaban varias sugerencias finales, la frase encabezado, etc). Fue que estaba asueñado y lo quise pautar como borrador en schedule y sin percatarme le puse fecha pasada por lo que salió publicado de inmediato, disparando el tweet que viste.
En fin, que lo completé y ya lo pauté para media mañana. Peace!
¡Una joya!
Definitivamente no estamos solos en este mundo.
He aprendido a tolerar las faltas que normalmente se cometen por desconocimiento, pero no tolero para nada aquellas adulteraciones con una gravedad que ofenden y que sus exponentes tratan de justificar aduciendo modernidad.
Estoy contigo. ni un paso atrás, ni para coger impulso.
Gracias por tus palabras, Melvyn, y por la inesperada y muy grata exposición en Buzz…
🙂
Sigamos, aunque nos vituperen, mantengamos el amor por la sana y buena escritura.
Muy bien escrito. Aunque me senti un poco aludido por la cuestion de los acentos estoy muy de acuerdo. Los se usar pero escojo no usarlos a menos que este escribiendo documentos formales por causa de brevedad.
¡Saludos, Delio! Gracias por la visita, nos leemos en Google Buzz.
El objetivo de mi mensaje no es precisamente el de “acusar” a nadie. Por el contrario, intento demostrar que escribir correctamente no es difícil, no pesa y es algo que debemos rescatar. Pienso que es una manera en la cual nos ayudamos a ser mejores personas.
Comprendo que hay limitaciones de tiempo en todos nosotros, pero lo que planteo es que vale la pena invertir el tiempo necesario que requiera escribir correctamente.
A veces nos permitimos no ser cuidadosos en ocasiones ligeras y eso está bien: es como vestir informal o formal de acuerdo al evento al que vayamos. Sin embargo, y continuando con esa misma metáfora, conviene saber cuándo debemos vestir nuestras palabras de saco y corbata, y cuándo podemos simplemente ponerle unas bermudas y un polo shirt como Charlie Harper. ¡Qué desubicado se vería Charlie Harper con su indumentaria usual en un concierto de la sinfómica (así son nuestros escritos mal-cuidados frente a otros que sí están bien estritos). De igual manera, qué innecesariamente rígido se vería un concertista de la sinfónica vestido de frac y corbatín tomando coñac en el balcón de la casa de Charlie Harper mientras él se bebe una cerveza de lata.
De nuevo, ¡gracias por tu visita!
Aquí otra anormal más… Trato siempre, no solo de escribir correctamente, sino de “no pensar con faltas ortográficas”, que es peor todavía.
Un abrazo!
Querida Tessie, ¡me complace contarte en la nómina de las anormales!