Yo no suelo ser muy entusiasta con el tema del Día de los Padres que en la República Dominicana se celebra el último domingo de julio (es decir, en el día hoy en este 2009, aunque ya casi moribundo). Usualmente, yo he sido más receptivo a la fecha de cumpleaños que al Día de los Padres. Sin embargo, este ha sido un año algo “virao” para mí.
De alguna manera, el Día de los Padres cobró una importancia especial para mí en este año, muy probablemente buscando compensar el pasado reciente. Yo, que en la vida he sido una buena cantidad de cosas (incluyendo chofer de carro público, taxista y empacador de supermercados), nunca me he sentido más autocrítico con mi labor que como con el “oficio” de padre. Siempre que llega este día, detrás de mis sonrisas y felicitaciones a mis “colegas” padres, me cuestiono. Me critico. Me autoflagelo. Es una costumbre rara, pero entiendo que necesaria, en donde me pongo a evaluar mi papel de padre de Vielka y me voy analizando punto por punto buscando fallas y tratando de redondear el año para compararlo con lo que he avanzado, y sobre todo, contra los cánones de paternidad a los que me he aferrado.
Adoro mi trabajo como padre de Vielka. Ella todavía no tiene idea de lo mucho que disfruto tenerla cerca, ni sabe cómo atesoro el olor de sus cabellos, su risa cuando se derrama en carcajada, y esas señales cada vez más marcadas de que tengo una hija con una personalidad bien “Martínez” en montones de cosas.
En mi condición de padre divorciado, sufro indescriptibles tristezas cuando me doy cuenta de que por más que quiera, comparto muy poco con mi hija, a pesar de que la veo todos los días, a pesar de que salimos con frecuencia al cine, al parque, a la piscina, o simplemente al parqueo de mi edificio a jugar un poco de pelota. Y es que desde el momento mismo en que mi Vielka se va de mi casa con su madre, se me va lo más preciado y precioso que yo tengo, y tengo que esperar al día siguiente para volver a verla. Y eso, que yo tengo la dicha de verla mucho más que la mayoría de los padres divorciados… pero nunca será suficiente.
Recuerdo claramente la primera vez que cargué a mi hija en brazos. Estaba vuelto un manojo de nervios mientras examinaba su cuerpecito y me acostumbraba a los gritos que emitía… pero cuando le hablé hizo silencio y empezó a buscar mi voz para saber de dónde venía. No encuentro manera de describir la emoción que me produjo sentir que ella me buscaba, y aunque quizás ella hacía lo mismo con cualquier voz que escuchara, a mí siempre me ha parecido que aquél instante fue la presentación oficial de nuestras vidas.
A su lado me siento tremendamente completo y dichoso. Una dicha que no puede explicarse sino sólo con la vivencia propia. Esta mañana escribí algunos pensamientos sobre la paternidad, y me parece que es ideal compartirlos acá.
- La paternidad no tiene NADA que ver con embarazar una hembra de tu especie. Eso se llama reproducción, y hasta los peores insectos del mundo lo saben hacer.
- La paternidad va mucho más allá de una cópula fructífera. Eso es lo menos importante, aunque para muchos ello sea lo único que puedan contar.
- La paternidad se trata de actitudes, de ejemplos, valores y amor. Se trata, de ofrecer al hijo las herramientas para ser mejor que tú mismo.
- La paternidad no se trata de comida, ni ropa, ni viajes, ni lujos caros. La paternidad se trata de calidad de tiempo, así sea en una cuneta.
La paternidad, sin duda alguna, es la más hermosa de las profesiones. ¡Dios te bendiga, mi niña hermosa! Doy gracias a Dios porque eres mi primera hija, porque soy padre gracias a ti.