No podría decir que soy de los que siempre sale de vacaciones fuera de la ciudad en los días de Semana Santa. Creo que me identifico más con los que disfrutan la capital vacía, tranquila, con una modorra que raya en lo imposible. Y más que menos, la llegada de esta Semana Santa me encontró sin planes ni cavilaciones para nada más que ver películas en la tranquilidad del hogar.
Sin embargo, con el mero inicio de Abril, se presenta la situación de que Vielka pasará todos estos días en Las Terrenas, en la casa de mis padres quienes viven allá. Por predeterminación natural, asumo el compromiso de llevar a mi pichona hasta allá, junto con Rosa, aka “Chachi”. Salimos el sábado 4 y llegamos a la preciosa Samaná a esperar que mis viejos nos fueran a recoger. Creo que algo me cautivó con tan solo desmontarme del autobús. Hacía muchos años que no veía tan bonita, tan acogedora, tan colorida la ciudad de Samaná. Parecía que el viejo del anuncio de Barceló me miraba desde los cayos con su inolvidable “Come to Samaná, to enjoy this beautiful place”.
Crucé con Vielka al malecón y le hice varias fotos mientras ella se entretenía lanzando guijarros al mar. Mirando de vuelta al pueblo, lo vi tan colorido que parecía una postal sin Photoshop. ¡Qué hermoso día!
La cosa no terminó ahí, ya que al llegar mis padres nos dieron una cálida bienvenida, una de esas que hacen olvidar diferencias y desnudan el afecto plenamente. De camino a Las Terrenas, Vielka no dejaba de abrazar a Mamimba, a quien no veía hacía casi dos meses. Yo mientras tanto miraba lo perfecto del día, la clásica sonrisa de los pasantes, el verde tremendo de todo.
Sin dudas, un descanso que no esperaba.