Hacía días que tengo una presión mental por hablar del concierto de Pedro Guerra en nuestro país, el pasado sábado 23 de agosto. Para aquellos que nos pasamos el domingo y el inicio de la semana tarareando alguna de sus melodías, es obvio que el concierto no ha terminado. Valdría empezar por el principio, en un afán de cronología que me siento en licencia de romper, por lo que empezaré por el final.
Contamíname pretendió ser el cierre del concierto, pero era obvio que apenas empezaba el flirteo del público con el artista y nosotros que elevamos las voces y Pedro que se hace rogar… para regresar un poco después y cantar más canciones que necesitábamos escuchar. Y se despedía de nuevo, pero aunque estábamos más conformes nunca estuvimos satisfechos, por lo que el coro del “Oooootra” lo reclamó nuevamente y se dispuso a cantar en soledad “una canción que ya había olvidado” por lo que nos pidió que le recordáramos la letra de Dibujos animados, y nos tocó complacer al flaco. Luego regresaron sus tres simples y enormes músicos para cantarnos la historia de la confusa Daniela, tan vital y tan real para todos nosotros, porque en el fondo todos estamos llenos de puertas, algunas cerradas, otras abiertas.
El concierto transcurrió entre tanta intimidad que poco noté que estábamos en la Sala Eduardo Brito, la sala grande del Teatro Nacional, y no en el Teatro La Fiesta, donde es más fácil conectar con el auditorio en términos llanos. Pedro nos cautivó de pi a pá, cantando parte de toda su vida y reflejando en su sonrisa una inmodesta alegría al comprobar que nosotros no fuimos sólo a escucharle, sino a corear casi todas sus composiciones. Perdí la cuenta de las veces en que, extasiado, nos permitía dirigir la lírica y nosotros, embuídos, le hacíamos el coro.
Yo, quizás de los más pariguayos del público, me limitaba a estar callado, meciéndome entre los acordes y las metáforas, feliz de estar en esa noche a la que por poco no pude llegar… lo que me trae al principio y al final.
¡Qué bueno me resultó compartir la devoción por Pedro con Lissette Soriano en aquellos años en que laborábamos en Páginas Amarillas! Pues resultó que Lissette es una gran amiga de Vielka Guzmán, la misma Vielka de Se trata de todo, la misma de quien escribí cuando supe por su blog que Pedro regresaba. Pues estas chicas en contubernio (palabrita fea que solemos escuchar en boca de Vincho Castillo, pero que ahora me suena a feliz coincidencia), coincidieron en ofrecerme a mí la fastuosa oportunidad de acompañarlas aquella noche ya que una de las taquillas que habían adquirido se había quedado vacante.
¿Cómo se paga algo así? ¿Algo que aunque tiene un cierto precio monetario, sabemos que realmente no tiene precio? Gracias a estas dos cómplices del pedroguerrerismo, por la dicha de verme en el Teatro y disfrutar junto a todos los que allí estuvimos esa noche bella que vivimos. 🙂
Sí, todo sonrió cuando Pedro llegó a nosotros una vez más. Yo estaba allí. Soy testigo fiel.