Cuerdas de colores

Me asombré por el colorido. Me asombré por la sencillez. Me asombré al ver que el dependiente era un muchacho de unos 12 años. Me asombré de todo. Y de nada a la vez.

Somos un pueblo de color y formas, y aún así no nos damos cuenta de que con frecuencia hacemos un carnaval hasta con los utensilios diarios de ganarnos la vida.

Estas cuerdas cuelgan como jamones de nylon colorido mientras esperan el desenlace de su destino, que podría ser tan humilde como ser parte de la yunta de una carreta de naranjas, tan urgente como ser la esperanza de la que se sostenga un náufrago en un río, tan ingeniosa como ser un columpio de niño pobre, tan peligrosa como servir de remolque de un auto a otro. ¿Quién sabe? En realidad jamás podemos imaginarnos el destino de nada, pues ni aún el nuestro propio y personal, amague asiduo de nuestros esfuerzos, venerable liebre escurridiza, aún nuestro destino nos es incierto.

Pero mientras tanto, ellas cuelgan allí, mientras el niño-empresario hace alguna cuenta o revisa el cuaderno del fiao y a sus espaldas quedan como Cristos clavados en la pared, un ejército de jierros que tampoco saben cuál será su destino final.

Pero por un segundo, todos se conjugaron para ser una cosa en común: Mi fotografía.

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